Durante años, el turismo se trató de checklists: visitar la mayor cantidad de países, tachar monumentos, coleccionar fotos rápidas. Pero algo está cambiando: cada vez más viajeros prefieren pasar semanas en un solo lugar, disfrutar la vida cotidiana y conectar con su gente.
El llamado slow travel propone viajar sin prisa, con la intención de vivir más que de recorrer. Se trata de aprender palabras en otro idioma, de conversar con los habitantes, de sentarse en una plaza a observar la vida pasar.
Marcas turísticas ya están abrazando este modelo que privilegia experiencias auténticas sobre itinerarios apretados. Hoteles boutique, casas de huéspedes y plataformas como Airbnb han encontrado en el turismo lento un aliado para fidelizar a viajeros que buscan conexión en lugar de velocidad.
Al final, los recuerdos más valiosos no son los sellos en el pasaporte, sino los rostros y las historias que encontramos en el camino.