La pandemia aceleró un cambio que ya estaba en marcha: millones de personas descubrieron que podían estrenar películas desde la comodidad de su sala. El streaming democratizó el acceso, pero también encendió un debate profundo sobre qué significa “ir al cine”.
Las plataformas han permitido una diversidad inédita: producciones de Corea, España o México alcanzan audiencias globales. Pero al mismo tiempo, muchos sienten que se pierde la magia de la sala oscura, la pantalla gigante, la experiencia compartida.
La industria busca un equilibrio. Surgen salas boutique, festivales virtuales, experiencias inmersivas que combinan lo digital con lo presencial. Porque el cine, más que un formato, es una experiencia.
Netflix no mató al cine. Lo obligó a reinventarse. Y quizá eso es lo que siempre ha hecho grande a esta industria: adaptarse para seguir contando historias que necesitamos ver juntos.